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Se buscan albañiles, plomeros o mecánicos

Ultimo Aggiornamento: 29/08/2014 00:24
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El más chambón puede ganar en dos o tres días lo que ganan catedráticos y cirujanos en todo un mes

Dos grandes problemas deben enfrentar quienes hoy necesiten albañil, plomero, carpintero o cualquier otro ejecutor de oficios con demanda pública. El primero es el problema mismo, en un país en que no existen enseres de recambio para nada. El segundo problema, que es el peor, estriba en el hecho de que al contratar a los presuntos reparadores de sus averías, no conseguirán sino comprarse un nuevo problema, y bien caro, por cierto.

Medio siglo de implacable exterminio de las tradiciones y del espíritu de laboriosidad de los cubanos, afloran del modo más crudo en la actitud de esos hacedores de oficios, en general, aunque ya se sabe que no hay regla sin excepciones.
Detrás yace una historia de involución humana que se cuenta fácil, pero que sin duda continuará repercutiendo entre nosotros, para mal, durante largos años.

Debido a la prohibición de ejercer los oficios por cuenta propia -que era no sólo su forma tradicional, sino la más eficaz-, en Cuba se fue reduciendo al mínimo, durante décadas, la cifra de quienes los desempeñaban. A la gente no le quedó otro remedio que atenerse a las ofertas del Estado (sólo para unos pocos servicios) en establecimientos llamados “Consolidados”, donde encima de soportar insufribles colas y una pésima atención, además de una estructura burocrática infernal, debías sufrir las chapucerías de técnicos deficientemente preparados y además apáticos, que no recibían más estímulo que un sueldo de hambre a cambio de su sobrecargada faena, por lo cual tiraban a mondongo el oficio.

Desde el surgimiento de nuestra nación, los oficios se habían asumido aquí como patrimonios familiares, con particularidades y secretos que se traspasaban de padres a hijos, con una dedicación y un empeño por imponer la calidad como crédito que, aunque no estaban recogidos en reglamentos formales, ni aparecían escritos en consignas para el mural, ni eran controlados por administradores chupatintas, se cumplían con rigor y ética que hicieron tradición.

Pero todo aquello se fue a bolina por orden directa de Fidel Castro. Cuando en los años 90, obligado a distraer la perdiz con livianas reformas económicas, el régimen volvió a soltar (hasta cierto punto) las ataduras al trabajo independiente, los oficios -y con ellos la voluntad emprendedora, así como la honestidad y laboriosidad de paisanos-, habían sido ya heridos de muerte.

Y claro, ya que tal liberación no fue espontánea, sino imperativo de las circunstancias, a la hora de su decreto el régimen no tuvo en cuenta que los oficios demandan el apoyo de una infraestructura que les garantice, cuando menos, la compra de herramientas y materiales imprescindibles para su realización.

Si quien ejerce el oficio no dispone de un mecanismo por el que pueda adquirir legalmente lo que necesita para ejercerlo, entonces quedan servidas en bandeja las premisas para que se remedie con maniobras ilegales. Es algo tan obvio que tienta a la sospecha de que fue hecho adrede, previendo el fracaso de la empresa.

Así, pues, primero, destrozaron la tradición. Luego, dispusieron que reapareciera, pero bajo condiciones propicias para torcer su sentido y su importancia social. Finalmente, iban a estigmatizarla como corruptora y nociva para los intereses del país, mediante el desamparo material, combinado con la falta de educación y de escrúpulos que les habían inoculado a sus hacedores desde niños.

Hoy, la honrosa tradición de los oficios está en quiebra absoluta entre nosotros, no obstante los miles o cientos de miles de paisanos que podrían mostrar una licencia legal que les acredita como plomeros, carpinteros o mecánicos, entre otros desempeños que no dominan y que, para colmo, no están interesados en ejercer con la debida dignidad no digamos ya profesional, sino elementalmente ciudadana.

Luego están sus altos honorarios, los cuales imponen con exigencias de adelanto. Si es un carpintero, hay que darle dinero extra y por anticipado para que “resuelva” la madera y otros materiales. Si es un mecánico de computadoras, hay que pagarle a precio de oro cada piececita que se roba, o, de lo contrario, renunciar para siempre al equipo. Si es un plomero, nadie como él conoce los vericuetos del mercado negro para los componentes que necesita tu servicio, así es que estás obligado a darle lo que, según él, ha gastado en comprarlos…

El más chambón entre los albañiles o pintores de brocha gorda puede ganar en dos o tres días lo que ganan catedráticos y cirujanos en todo un mes. Si no existieran otras muchas pruebas, esta quizás alcance para ofrecer una idea sobre el desmadre de lesa cubanía en que incurrió el régimen al extinguir los oficios.

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